Inmersos en la inercia de la mansa rutina, ajetreados por listas interminables de responsabilidades y tareas, nos planteamos pocas veces si estamos viviendo plenamente o quizá sólo sobreviviendo. Nos solemos enfrentar a esta reflexión sólo cuando la vida “nos golpea con un ladrillo en la cabeza” y hace sonar esos grilletes que siempre han estado ahí y de los cuales no somos conscientes.
En esos momentos, grilletes en mano, buscamos alguna solución mágica e ingeniosa y sobretodo rápida y económica, que palíe la angustia, que elimine los síntomas que nos causan ese malestar. Cuando conseguimos calmar esa desazón nos volvemos a olvidar hasta entrar de nuevo en la trayectoria de otro ladrillo. Entonces: ¿Vas o huyes? Y en el supuesto de que huyas, ¿De qué huyes?. Pues probablemente de alguien que siempre ha vivido contigo pero al que nunca has querido tratar. Huyes de tu “sombra”, de tu “lado oscuro”, de tus miedos, tristezas y rabias reprimidas celosamente, guardadas bajo llave porque un día, quizá por inmadurez o por falta de consciencia ahí guardaste, y que sólo te acuerdas de ellas muy de vez en cuando… ¡Qué pereza! ¿No? Uf…
De acuerdo, entiendo que te de palo, a veces a mi también me da, pero no debes huir eternamente de aquello que te dañó, ya que un día esa carga será insoportable, y si no sale por sus canales de expresión lo hará a través de alguna somatización o enfermedad.
La espada que mata el dolor de la inconsciencia es el autoconocimiento, la sabiduría sobre uno mismo, es un trabajo que nunca acabará mientras estemos vivos, y ganar consciencia no evita volver a caerte, caerás tantas veces como tu alma necesite, hasta que aprendas esa lección evolutiva. En ocasiones cuando sientes haber ya elevado tu consciencia vuelves a caer, ¡Pero de más arriba!. No importa, el camino se hace de esa manera, lo importante no son las veces que caigas sino si tienes el coraje de volver a levantarte.
Carlos Romero Martínez
Psicólogo.