La familia, ya sea nuclear, monoparental, ensamblada o homopartental, es el entorno ideal para el crecimiento de los niños. Crecer en un entorno familiar que les proporcione seguridad, amor y comprensión es la mejor manera de asegurarles un desarrollo físico, emocional y social normal.
La familia es la clave para la formación de futuros ciudadanos adultos, responsables y comprometidos con la sociedad. Y para que este hecho ocurra es deber de los cuidadores ejercer una parentalidad responsable y positiva, basada en los derechos del niño, en el afecto y en el establecimiento de normas y límites.
Para poder ejercer una parentalidad positiva hemos de basarnos en tres aspectos fundamentales: conocer, proteger y dialogar.
Primero de todo hemos de conocer y entender a los más pequeños de la casa. Hemos de saber como se sienten, piensan y reaccionan según su etapa del desarrollo. Cada niño es único y diferente a los demás y cada uno tiene su propio proceso evolutivo y de desarrollo.
A los bebés debemos proporcionarles continuamente afecto y cuidados ya que sin estos es probable que sufran ansiedad, miedo y desconfianza. También debemos empezar a establecer rutinas y hábitos estables de sueño, alimentación e higiene.
A medida que va creciendo nuestro hijo necesita poder explorar su entorno, y es muy importante que este sea seguro, lejos de objetos que puedan ser dañinos o objetos tóxicos que se puedan tocar o ingerir.
A los tres años de edad es importante introducir normas de convivencia en casa y sobretodo explicarle los motivos de estas normas con un lenguaje adecuado a su edad. Mediante normas e instrucciones claras y simples podemos empezar a enseñarles a controlar su impulsividad y asumir responsabilidades.
Entre los tres y los seis años de edad los niños tienen mucha energía, y aunque los padres muchas veces nos sintamos agotados no debemos censurar su curiosidad, además debemos interesarnos por sus dudas y tratar de contestar a sus preguntas. Esta actitud les motivará a aprender, a buscar información y a aprender que no siempre tenemos respuesta para todo.
En esta etapa los niños también empiezan a desarrollar miedos. Los pequeños necesitan saber que les mantenemos a salvo, y que si os ausentáis, volveréis. No debemos avergonzarles por sus miedos o quitarles importancia, ya que esto solo les hará sentirse más vulnerables. Cuando tengan miedo, escúchales y reconfórtalos, ofrece protección y evita a exponerlos a imágenes y sonidos que puedan provocar pesadillas.
Cuando los niños tienen entre seis y diez años debemos estar atentos a síntomas de inseguridad en la escuela ya que estos sentimientos pueden provocar tristeza, apatía o rabia. Es necesario hablar con el niño de su cotidianidad, apoyarle y motivarle con las tareas escolares para evitar sentimientos de fracaso. Equivocarse forma parte del aprendizaje pero es necesario averiguar las razones por las que puede presentar bajo rendimiento escolar ya que este puede ser debido a muchos factores como problemas visuales, atencionales, auditivos, de comprensión…
Esta etapa es ideal para transmitir valores de convivencia igualitaria y de justicia social. Los padres podemos corregir actitudes poco deseables y las ideas prejuiciosas relacionadas con el sexo, la etnia y las discapacidades.
Entre los diez y los dieciocho años el sistema de normas y sanciones debe ser revisado y dialogado con los chicos y chicas. Las normas se deben plantear y adaptar a su mayor autonomía. Esto implica necesariamente mas libertad de actuación, pero también exige más responsabilidad por su parte.
Finalmente es muy importante acompañarles en su propio desarrollo del sentido de lo que esta bien y lo que no. Debemos hablar con ellos sobre prácticas que pueden ser dañinas como fumar o tomar drogas, y debemos proporcionarles información afectivo-sexual.
Lo segundo que hemos de hacer para ejercer una parentalidad positiva, es ofrecer a los niños seguridad y estabilidad. Los más pequeños tienen que confiar en sus progenitores, deben sentirse protegidos y guiados, y para nada se han sentir abandonados o olvidados. Para conseguir esto debemos atender a las necesidades de los niños de una manera afectiva, averiguando que le pasa lo antes posible.
También protegeremos a los niños sin ser alarmistas. Es muy positivo que los progenitores trasmitamos un estado de tranquilidad cuando nuestro hijo esta con nosotros.
Por otra parte, debemos expresar nuestro afecto abiertamente con gestos, palabras y abrazos.
Es muy importante dedicar tiempo para jugar con los más pequeños. Debemos permitirle que establezca su propio ritmo, y debemos evitar dirigir siempre el juego.
Finalmente, mostrar interés por sus preocupaciones e intereses a lo largo de su desarrollo con una actitud abierta a escuchar y dialogar garantiza que cuando los niños y adolescentes se enfrenten a dificultades no tengan miedo a pedirle ayuda o consejo.
Lo último que debemos hacer los padres y las madres para ejercer una parentalidad positiva es optar por resolver los problemas de una manera positiva, sin recurrir a castigos físicos o humillaciones de cualquier tipo.
Educar en positivo significa educar sin necesidad de recurrir a gritos, insultos, amenazas o golpes. Los castigos esta demostrado científicamente que no son efectivos, y que causan a los niños dolor, baja autoestima y sentimientos de tristeza, miedo, soledad y culpabilidad. Solucionar problemas de una manera pacifica exige un ejercicio de autocrítica, de explorar nuestras motivaciones y debilidades, y de honestidad con nosotros mismos.
La parentalidad positiva exige a los progenitores paciencia, dedicación y esfuerzo, y esto, no siempre es fácil, pero es posible.
Patricia Jordan Ayma
Col. num.
Psicóloga Infanto-Juvenil de Nou Espiral.